La digitalización del contacto humano con las personas fallecidas

La cultura pop siempre ha fantaseado con la idea de tender un puente y aprovechar el más allá. Desde documentales sobre experiencias cercanas a la muerte como The Day, I Died(2002), películas sobre cómo los fantasmas también pueden ser embrujados, A Ghost Story (2017), o películas de animación que nos enseñan a lidiar con la muerte positivamente, Coco (2017).

Por si fuera poco, está Transcendence (2014), una película de suspense de ciencia ficción protagonizada por Johnny Depp que sigue a un grupo de científicos que trabajan en un proyecto de inteligencia artificial establecido para cargar el ser humano, nuestra conciencia mental y espiritual, en una interfaz de superordenador. Además, series de televisión como Black Mirror también se adentraron en una tecnología que permitiría a los humanos mantener el contacto con un ser querido o un amigo que haya fallecido.

La posibilidad de interactuar digitalmente con alguien fallecido ya no es cosa de ciencia ficción. La tecnología para crear sustitutos digitales convincentes ya está aquí y evoluciona rápidamente, con investigadores que predicen su viabilidad general entorno a una década. Pero, ¿qué pasa con la ética del duelo y la privacidad del fallecido? Hablar con un ser querido evoca una poderosa respuesta emocional. La posibilidad de hacerlo tras su muerte afectará inevitablemente al proceso humano de duelo de formas que sólo estamos empezando a explorar.

Existen programas de IA denominados como “eternidad aumentada”, que se basan en el archivo digital que una persona ha dejado atrás: correos electrónicos, textos, tweets e incluso snapchats. Los introduce en redes neuronales artificiales, que son como cerebros modelo que entienden patrones de lenguaje y procesan nueva información. Gracias a la capacidad de la red neuronal de “pensar” por sí misma, el ser digital de la persona sigue evolucionando después de que el ser físico haya fallecido. De este modo, un bot se mantendría al tanto de los acontecimientos actuales, desarrollaría nuevas opiniones y se convertiría en una entidad basada en una persona real y no en un facsímil de lo que era en el momento de su muerte.

Pero aunque los chatbots son buenos imitando los patrones de habla de sus progenitores, no son sustitutos satisfactorios de las personas reales. “Es más bien la sombra de una persona”, dice los profesionales. 

Los fans de la serie de ciencia ficción Black Mirror pueden reconocer una situación similar como la premisa de un episodio de 2013 titulado “Be Right Back”. En esta historia, una viuda utiliza un servicio para recopilar la huella digital de su pareja fallecida (textos, correos electrónicos, fotos, grabaciones de audio) para reconstituirlo primero en un chatbot capaz de intercambiar mensajes de texto con ella, y luego en un androide realista. La narración sugiere que los intentos de preservar a nuestros seres queridos en una vida posterior digital tendrán repercusiones dolorosas. También plantea la cuestión de si un servicio capaz de convertir a una persona muerta en un chatbot estaría aventurándose en una zona gris ética, interfiriendo en nuestra capacidad de procesar la realidad de la muerte.

Aunque la tecnología digital de la vida después de la muerte avanza para ofrecer simulacros cada vez más precisos de nuestros seres queridos, su cualidad más significativa puede no ser la de simular lo que alguien a quien amamos, sino su capacidad de dar la ilusión de que nos escuchan a nosotros en su lugar.

Hablar con alguien de ultratumba puede parecer espeluznante. Pero puede ofrecer cierta medida de consuelo a sus seres queridos. Es como el equivalente en alta tecnología a la elaboración de un álbum de recortes o a escribir cartas para que los hijos las abran cuando fallezcas. Es en esta línea en la que se mueven aplicaciones y plataformas como Eternum, en la que es la persona real y física, antes de morir, la que deja establecidos los parámetros en los que querrá transmitir sus palabras, recuerdos y mensajes y a qué personas hacerlo en determinados momentos de la vida. Una forma menos aterradora de pensar en la muerte cuando uno sabe que no se desvanecerá por completo en el vacío, sino que permanecerá, en cierto modo, en los corazones y las conversaciones de texto de las personas que más se quieren.

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